(Narrado por Val, dueña de Blythe Café)

Blythe Cafe, Blythe doll

Hoy, al abrir la puerta principal, he sentido ese cosquilleo de nervios que me acompaña desde que puse un pie en el local por primera vez. El Blythe Café no lleva ni medio año funcionando, pero ya se ha convertido en mi vida entera. Es un local pequeñito, de estilo vintage francés, con un papel pintado que imita flores y arabescos, y unas mesitas de madera que compré de segunda mano y restauré yo misma. Cada rincón, desde la barra hasta la pizarra donde escribimos el menú, respira algo de mí, de mis gustos y de mis ganas de acoger a todo tipo de clientes.

Cierro detrás de mí y recorro con la mirada el salón, que todavía se percibe tranquilo antes del ajetreo del día. Me gusta imaginar cómo irá creciendo y llenándose de risas, ruidos de tazas y cafetera, y de conversaciones que flotan en el aire. Sin embargo, no puedo negar que tengo el corazón encogido: hay días en los que el Café no alcanza para cubrir gastos. “¿Será hoy uno de esos días o vendrá un golpe de suerte?”, me pregunto siempre antes de subir la persiana.

—Buenos días, Val —resuena una voz alegre a mi derecha.
Giro la cabeza y veo a Dani, aunque todos le llamamos Félix, enfundado en su delantal negro. Está toqueteando la cafetera con su típica sonrisa de K-pop star.
—¡Oh, Félix! —lo saludo con entusiasmo—. ¿Qué tal la mañana?
—De lujo. Llevo un buen rato aquí porque tenía una idea nueva para el latte art. ¡Espero que no te moleste que haya entrado antes!
—Para nada, ya sabes que eres libre de venir cuando quieras. Además, tus ideas siempre me sorprenden.

Dani (o Félix) se hizo un pequeño retoque en la nariz y en los ojos para lucir ese aire coreano que tanto le fascina. Se muere por el K-pop y por todo lo que venga de Asia. A veces tararea canciones que no entiendo, pero no puedo negar que su pasión es contagiosa. Si algo distingue su trabajo es la creatividad: cada taza de café que sirve tiene dibujado un arte distinto en la espuma. Corazones, caras sonrientes, flores, incluso un dragón miniatura (aunque eso salió un poco… raro). Los clientes se quedan embobados mirando cómo lo hace.

—He traído una nueva mezcla de granos —me explica con los ojos brillantes—. Es un blend etíope, con toques frutales. ¡Huele esto!
Me acerca una bolsa y, al abrirla, un aroma intenso me invade. Me transporta a mercados lejanos con especias y frutas exóticas.
—Qué maravilla… Ojalá le guste a la gente y no pregunten por el clásico café solo de siempre —bromeo.
—Seguro que al menos una persona lo pide —dice Dani mientras guiña un ojo—. Y con que lo prueben ya habremos ganado algo.

Siento una punzada de orgullo y gratitud hacia él. Sin Dani, no habría forma de sostener este local, porque la verdad es que mis conocimientos de barista son bastante básicos. Estudié Turismo, y fue así como me enamoré de la idea de tener un sitio propio donde la gente pudiera reunirse, relajarse, conectar con otras personas… y disfrutar de un buen café.

De pronto, escucho un bostezo proveniente de la puerta trasera que da a la pequeña trastienda. Allí aparece Mira, mi mejor amiga desde el instituto. Lleva el pelo caoba con un corte bob muy estiloso. Va vestida con un abrigo ligero color gris y pantalones negros ceñidos. Aunque parezca siempre sacada de una revista, ella es la más pesimista y directa que conozco.

—¿Ya dando el callo tan temprano, Val? —me suelta con su típica voz de “por favor, necesito dormir más”.
—Buenos días a ti también… —le respondo con ironía—. ¿Cómo es que andas por aquí tan pronto?
—Tengo un rato libre antes de ir a la facultad. Además, sabía que me necesitabas para inventariar los suministros. Ya sabes… —se encoge de hombros y suelta otro bostezo—, soy tu mano derecha, aunque no lo reconozcas.
—¡Ni te quejes, que tú solo vienes a ojear los apuntes de Derecho en la barra mientras yo limpio! —bromeo, y ella pone cara ofendida.
—Eh, eh, yo también atiendo cuando hay jaleo. No lo olvides.

Mira, en el fondo, es un sol. Puede que suelte comentarios negativos a cada paso, pero es leal y se preocupa mucho por mí. Además, tiene el don de la organización, algo crucial cuando llegan los clientes en cascada. Ella entra a ayudar los fines de semana y, entre semana, a ratitos al salir de la universidad, así que la veo constantemente. No sé si jamás llegaré a agradecerle lo suficiente lo que hace por mí.

Mientras compruebo el frigorífico donde guardamos leche y otros productos, escucho la inconfundible puerta batiente de la entrada. Es Mimi, mi pastelera de confianza, a la que todos llamamos simplemente «la Petite» por su tamaño, aunque su nombre real es un misterio. Es una petite Blythe de mejillas rosadas y ojos grandes, siempre con una expresión de asombro infantil. Hoy trae dos cajas de cartón repletas de muffins, pasteles y croissants. Me arrodillo para recibirla; no llega ni a la mitad de mi altura, así que hemos adaptado un espacio a su medida en la zona de cocina.

—¡Val, traigo muffins de arándanos y limón! —exclama con una vocecita dulce—. Están recién horneados.
—¡Qué rico, Mimi! —la ayudo a dejar las cajas en el mostrador a su altura—. ¿Cómo va tu sueño de abrir tu propia pastelería?
—Todavía estoy ahorrando, pero cada día aprendo algo nuevo. ¡Espero que se vendan todos, y así me das un feedback de las recetas!
—Claro que sí. Son los favoritos de muchos clientes.

Mimi se pone a recolocar las muffins en una bandeja diminuta adaptada para su tamaño. Me conmueve verla tan ilusionada, aunque note que la cafetería atraviesa momentos complicados. Ella insiste en que mis clientes valoran mucho la calidad y el cariño, y que, con el tiempo, saldremos a flote.

Miro el reloj: las nueve en punto. Normalmente, a esta hora, empiezan a llegar los primeros clientes en busca de su dosis de cafeína matutina. Efectivamente, al cabo de un minuto, oigo el timbre de la puerta. Es una Barbie rubia con un bolso enorme y gafas de sol demasiado grandes para este local. Me suelta un “buenos días” con un tono algo altivo.

—Hola, bienvenida al Blythe Café —saludo amablemente—.
—Buenos días… quería un café con leche desnatada, cero azúcar y una tostada integral con aguacate. ¿Tenéis aguacate bio?
—Eh… no sé si es bio, pero es aguacate fresco.
—Bueno, que sea. ¡Ah! Y date prisa, tengo mil cosas que hacer.
—Claro, ahora mismo.

Barbie se sienta en una de las mesitas altas. Pido a Dani que prepare el café mientras yo caliento la tostada. Me fijo en cómo Mira la observa con cierto recelo. Quizá sea por esa actitud un poco arrogante. Barbie revisa su móvil sin parar, me atrevería a decir que está escribiendo un post en redes sociales sobre su desayuno. Ríe sola y se hace una foto con el café. Supongo que un “Buenos días, mis followers” estará al caer. Me encojo de hombros y me concentro en satisfacer el pedido: al fin y al cabo, un cliente es un cliente.

Unos minutos más tarde, cuando la Barbie se marcha, lanzo un suspiro de alivio. No me importa lidiar con clientes exigentes, pero a veces me da la sensación de que podrían caerme con más amabilidad. Mira me mira —valga la redundancia— y masculla un “ya veo por qué no somos millonarias”. Ambas reímos.

—Sabes, Val, he oído un rumor —dice de pronto, con su tono “esto no me gusta nada”—. Una Chabel que vino ayer a tomar café dijo que Cafe Deluxe busca expandirse por el barrio.
Las palabras de Mira me dejan helada.
—¿Cafe Deluxe? ¿Esa cadena enorme que tiene sucursales por toda la ciudad Blythe? —pregunto, aunque ya conozco la respuesta.
—La mismísima. Y al parecer, están tanteando locales independientes para comprar y reconvertirlos en franquicia.
—Ya… —tragando saliva, dejo el plato que tenía en la mano—. Pues aquí no encontrarán nada. Nadie va a comprar mi café.
—Yo que tú, no subestimaría su poder —replica ella, realista—. Tienen capital y contactos. Si se proponen entrar, lo harán.
—Bueno, si pretenden echarme, tendrán que pelear —respondo con un gesto desafiante.

Me quedo pensativa. Una punzada de angustia me invade, pero intento disimularla ante Dani y Mimi. Este Café es mi sueño; no estoy dispuesta a dejarlo en manos de una franquicia que estandariza todo. Para mí, Blythe Café significa cercanía, personalización, la sonrisa de Mimi al entregar sus pastelitos, el latte art de Dani que siempre saca una carcajada al cliente más serio. ¿Cómo iba a mantener esa esencia una cadena gigante?

De pronto, la puerta se abre con fuerza y me saca de mis pensamientos. Entra un Ken con aire algo despistado, buscando en el bolsillo de su chaqueta. Al verme, pregunta:
—Buenos días. ¿No habrás visto una cartera marrón? La perdí ayer…
—Lo siento, no hemos encontrado nada. Pero, si quieres, puedes echar un vistazo por aquí.
—Gracias. Pediré un café también.

Dani se pone manos a la obra mientras Ken rebusca tras la barra. Yo le ayudo a mirar entre los cojines de las sillas. Siempre me sorprende lo que uno puede llegar a hallar en los rincones: pañuelos, monedas, hasta un pendiente que me parece de Barbie. Al final, el chico no encuentra nada, pero se lleva su café con un suspiro. Al menos, su búsqueda le ha servido para descubrir el local.

—¿Ves? —le digo a Mira en voz baja—. Nunca se sabe cuándo puede entrar un nuevo cliente.
—Sí, pero no parecía muy contento —replica ella.

El resto de la mañana pasa con normalidad. Algunos se llevan café para llevar, otros se quedan un rato a charlar. Mimi aprovecha para anotar los comentarios sobre sus muffins de arándanos y limón. Dani hace una pausa para pulir su nueva técnica de dibujo en la espuma. Mira repasa sus apuntes de derecho mientras me echa una mano con las cuentas. Y yo… yo no paro de organizar y atender a todo el mundo con la mejor de mis sonrisas, sin apartar de mi cabeza la idea de que un día podría aparecer esa gente de Cafe Deluxe dispuesta a comprarme el local.

Cerca de la una, ya más relajados, nos apoyamos en la barra. Un olor dulce se ha quedado flotando en el ambiente, y los rayos del sol entran por el gran ventanal, acariciando las paredes con sus motivos florales. Por un instante, todo parece en paz.

—Val —me dice Dani—, ¿y si hacemos un evento esta semana? Algo tipo “Cata de cafés” para darnos a conocer a gente nueva.
—No suena mal… Sería arriesgado, pero podría atraer clientes, y necesitamos un empujón —respondo con un atisbo de esperanza.
—Yo no lo veo tan claro —opina Mira, con su clásico ceño fruncido—. ¿Y si gastamos en publicidad y no viene nadie?
—Pues habremos aprendido algo —contesta Dani con una gran sonrisa—. Y, quién sabe, a lo mejor es un éxito.

Los miro a ambos: la eterna contraposición de la prudencia pesimista de Mira frente al optimismo creativo de Dani. Me encanta esta dualidad. Es como si yo fuera el punto medio que equilibra sus energías.

—Creo que lo intentaremos —digo con firmeza—. A ver qué tal. Quiero creer que la gente de la zona aún valora un café cálido y auténtico como el nuestro.
—¡Bien! —Dani alza la mano para chocar los cinco conmigo, y se ríe—. Podemos presentarlo con un nuevo latte art. Voy a ensayar un diseño de cisne en la espuma.
—Ten cuidado, no lo vayas a convertir en un pato retorcido —bromea Mira, y Dani le lanza una mirada de “ja, ja, muy graciosa”.

Concluimos esa conversación justo antes de que entren un par de clientes más. Yo retomo mi sonrisa y me dispongo a atenderlos con la mejor de mis energías. Pero, en el fondo, no dejo de dar vueltas a lo mismo: Cafe Deluxe. ¿Qué pasa si ya están dando vueltas por el barrio? ¿Si un día me ofrecen una suma astronómica que me tiente a vender? Sacudo la cabeza: “No, esto no está en venta”. Pero mi corazón late un poco más rápido, como cuando uno presiente que se avecinan cambios grandes.

Al caer la tarde, Mimi se despide y se va a su pequeña cocina a seguir horneando para el día siguiente. Mira sale corriendo a sus clases de la tarde en la facultad de Derecho, prometiendo volver el fin de semana a ayudarme. Y Dani y yo cerramos el turno de hoy. Él limpia la cafetera con mimo, yo anoto los pedidos de reposición. Ha sido un día modesto, con sus altibajos, pero me siento satisfecha por ver a clientes sonrientes saboreando nuestras creaciones.

Cuando por fin echo el cierre, me quedo en el centro del café, contemplando las mesas vacías, las sillas ordenadas, la barra reluciente. Dejo escapar un suspiro largo. A veces me pregunto si todo esto vale la pena: las horas infinitas, el estrés de no saber si llegaré a fin de mes, la ansiedad de una posible competencia que podría arruinarme. Sin embargo, recuerdo el brillo en los ojos de Mimi cuando coloca sus pastelitos, la risa contagiosa de Dani, la forma en que Mira aunque se queje siempre está ahí… y me digo a mí misma que no podría vivir sin este sueño.

—Mañana será otro día, Blythe Café —murmuro, acariciando la barra con los dedos—. Y voy a estar aquí, luchando.

Apago las luces principales, dejando solo la tenue iluminación de la entrada, y salgo a la calle con la sensación de que algo grande se acerca. No sé si será bueno o malo, pero estoy dispuesta a plantar cara. Y si Cafe Deluxe quiere venir a mi mundo, que se prepare: no se lo pondré fácil.

¿Qué os gustaría ver en el nuevo evento de Blythe Café?

  1. Una cata de cafés de sabores exóticos.
  2. Una degustación de muffins sorpresa.
  3. Un mini-concierto de música K-pop con Dani de estrella.

(¡Votad en los comentarios y ayudaréis a Val a elegir la próxima gran idea para el Café!)

Con eso en mente, me marcho a casa, dispuesta a dormir solo unas horas antes de volver a levantar la persiana. Porque sí, esto de emprender es duro, pero algo me dice que habrá muchos capítulos más en esta historia. Mañana, cuando respire el aroma de los granos molidos, me reafirmaré en mi objetivo: Blythe Café se quedará. De eso estoy segura.

7 thoughts on “Capítulo 1 – El primer sorbo”

  1. Me encantó, me intriga mucho conocer a los personajes y qué publicó la barbie esa que entró jajaja

    Y para el capítulo siguiente:
    Un mini-concierto de música K-pop con Dani de estrella.

  2. Un personaje nuevo ,!!!! Esto promete y describe la ilusión del emprendedor soñador sobre todo al principio

  3. 3. Un mini concierto de música K-pop con Dani de estrella con degustación de muffins i café.

  4. La narrativa es exelente
    Y muestra el sentir de alguien que ama su negocio
    Increiblemente inspirador

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