(Narrado por Val, dueña de Blythe Café)

Han pasado unos días desde que Maxwell, el padre de Mimi, sacudió nuestra tranquilidad con la revelación del préstamo pendiente. Entre amenazas de cobro inmediato y las presiones de Cafe Deluxe, la tensión se ha hecho palpable en cada rincón del Blythe Café. Sin embargo, necesitamos respirar.

Estamos a mitad de la semana, sirviendo cafés y muffins decorados, cuando Dani lanza la propuesta:

—Val, el sábado podríamos cerrar el Café unas horas y salir a algún sitio tranquilo, ¿no crees?
—La verdad es que sí, Dani. —Suspiro—. Llevamos días con los nervios a flor de piel.
—Nos hace falta. Sería un descanso merecido —secunda Mira, que deja un momento sus apuntes de Derecho—. Podemos poner un aviso a los clientes, que sólo abriremos por la mañana y cerraremos temprano.

Mimi, desde la cocina, nos oye con los ojos iluminados:
—¿En serio podríamos hacerlo? Me vendría de maravilla ver un paisaje bonito, aunque sea por unas horas…

El entusiasmo colectivo nos empuja a tomar la decisión. Con la consigna de “descansar para no sucumbir”, planeamos un picnic cerca de un pequeño lago a las afueras de la ciudad Blythe.

Llega el sábado, y hacia mediodía bajamos la persiana del Café antes de lo habitual. Unas cuantas caras habituales se sorprenden, pero asumen que “los del Blythe Café también necesitan su tiempo”. Nos montamos en mi coche, con Mimi y Mira en la parte trasera, y Dani de copiloto. La atmósfera, por primera vez en días, se siente ligera.

—Llevamos ensaladas, sándwiches y esos muffins que Mimi preparó —anuncia Dani, mirando la bolsa donde asoman envases y botellas.
—Te encargo no comerte todo antes de llegar —bromea Mira, dándole un codazo suave.

Mimi, por su parte, va contemplando el paisaje a través de la ventanilla, sonriendo con un matiz de alivio. Entre sus tensiones familiares y nuestras deudas, esto se siente casi como un regalo caído del cielo.

El sitio es un lago pequeño, con un prado amplio y árboles que dan sombra. Un grupo de Pullips toca la guitarra bajo un cerezo, y unas cuantas familias corren tras sus críos cerca del agua. Nos instalamos en un lugar apartado, estiramos una manta y empezamos a colocar la comida. El sol brilla con suavidad, el aire huele a hierba fresca y sentimos, por un momento, que los problemas se esfuman.

—Qué maravilla —exclama Mimi, llenando sus pulmones de aire puro—. Hacía mucho que no veía un paisaje así.
—Hay que hacerlo más a menudo —dice Mira—. Aunque con tantos clientes nuevos en el Café, pensaba que no podríamos.
—Precisamente porque estamos más ocupados, necesitamos despejar la mente —le respondo, acomodándome en la manta.

Durante la comida, Dani se pone de pie, emocionado. Empieza a tararear una canción de K-pop y ensaya un par de pasos, llamándonos a bailar con él. Nos echamos a reír al verlo tan suelto, cuando, de pronto, da un giro mal calculado en la hierba y su pie se hunde en un desnivel oculto.

—¡Ay! —chilla, llevándose la mano al tobillo—. Me he doblado el pie…
—¿Estás bien? —exclama Mimi, saltando a socorrerlo. Mira y yo nos acercamos a Dani, que se retuerce de dolor en el suelo, sin poder apoyar la pierna.

Lo ayudamos a incorporarse y vemos que su tobillo está hinchándose con rapidez. Dani, que no se queja nunca, gime y palidece. La salida relajante se tuerce en cuestión de segundos.

—Tenemos que llevarte a un hospital, Dani —le digo, con el corazón en un puño.
—No, no… igual es sólo un esguince, ¿no? —farfulla él, pero el dolor se refleja en su cara.

Nos cargamos las cosas con prisa y Mimi lo ayuda a subir al coche. Siento cómo la adrenalina se abre paso, olvidando el picnic de ensueño.

Conduzco lo más rápido que puedo hacia la ciudad. Llegamos a la sala de urgencias y explicamos el caso. Al cabo de una espera tensa, un médico examina a Dani y nos dice:
—Tiene una fractura, no es sólo un esguince. Va a necesitar escayola y reposo de 3 semanas.

Ese diagnóstico cae como un jarro de agua fría. Dani, nuestro barista estrella y flamante “idol” del Café, se quedará fuera de juego una buena temporada. Nos miramos en silencio, asumiendo la gravedad: sin Dani, el Blythe Café pierde una pieza fundamental… y justo en un momento donde necesitamos tantas manos como sea posible.

—Lo siento, jefa —murmura él, tumbado en la camilla y mordiéndose el labio—. He arruinado nuestra salida… y ahora me convertiré en una carga para el Café.
—No digas eso —respondo, intentando no parecer preocupada—. Primero, te pondrás bien. Es lo principal.

Mimi y Mira le acarician el hombro con ternura, intentando reconfortarlo. Pero en mis pensamientos, otra tormenta se agita: “¿Cómo saldremos adelante en el Café, con más clientes que nunca y Dani de baja?”.

Tras unas horas, le colocan la escayola. Afortunadamente, es “solo” una fractura limpia y no requiere cirugía, pero el médico insiste: reposo, nada de cargar peso y mínimo 3 semanas antes de apoyar el pie de forma parcial. Salimos del hospital con Dani medio cojeando, apoyado en unas muletas que le han prestado.

—Chicos, de veras, lo siento —repite Dani, abatido—.
—Tranquilo. Lo que necesitamos es que te cures —lo calma Mira, mientras Mimi va arrastrando la mochila con su ropa.
—Sí —agrego—. Pero está claro que esto cambia nuestros planes. Necesitamos buscar ayuda en el Café.

Es un golpe duro. Con Dani fuera, no hay barista que domine el latte art tan bien como él, ni atienda la barra con su carisma. Además, su alegría contagiosa es la mitad de la esencia del local.

—¿Contrataremos a alguien temporal? —pregunta Mimi con voz tímida.
—Probablemente sí —admito, ya pensando en las finanzas. Con Maxwell exigiendo la deuda, la idea de pagar un nuevo salario es, como mínimo, estresante.

Al volver al Blythe Café con Dani lesionado, encuentro un par de clientes esperando a pesar de que habíamos cerrado “por descanso”. Les explico que hemos tenido una urgencia médica, y se marchan comprensivos. Cuando, por fin, bajamos la persiana del todo, la discusión es ineludible:

—Tenemos más clientes que nunca, la presión de Maxwell, y ahora Dani no puede trabajar. O encontramos un camarero o un barista suplente, o no daremos abasto —explica Mira con lógica—.
—Sí, sin él estamos cojos literalmente —bromea Mimi, intentando romper la tensión—. Pero también hay que pensar en cómo pagarle.
—Quizás podamos reducir horarios o buscar a alguien a media jornada —sugiero yo—. Mira, te encargo revisar las finanzas a ver qué espacio de maniobra tenemos.

Dani asiente, callado, con su pierna en alto y una mirada de culpa que se me clava en el pecho. Me siento mal al verlo así, sabiendo que su pasión es trabajar detrás de la barra y animar el ambiente.

Recogemos el Café en silencio, dejando todo listo para el día siguiente. Dani se acomoda en una silla con la pierna extendida, y Mimi va por un muffin para animarlo. Mira me pasa algunas cuentas preliminares, confirmando que tendremos que hilar muy fino con el presupuesto.

—Val, lo lograremos —dice ella, al ver mi cara de angustia.
—Claro que sí —susurro, aspirando aire—. Seguiremos adelante.

Nos despedimos con sensaciones encontradas: la escapada al lago, que pretendía ser un bálsamo, terminó en un susto hospitalario. Y, aunque Dani se recuperará, el Blythe Café sufre otro remezón en su frágil equilibrio. Aun así, siento que el equipo está más unido que nunca. Quizás, en ese espíritu de familia, hallemos la fuerza para contratar a un nuevo camarero, plantar cara a Maxwell y, de paso, echarle una mano a Dani para que, cuando vuelva, encuentre el Café más vivo que nunca.

Fin del Capítulo 7

Próxima cita: ¡Martes que viene (17 de marzo)!

  • ¿Encontrarán un camarero suplente que encaje en el estilo del Blythe Café?
  • ¿Podrá Dani sobrellevar su convalecencia y su floreciente “romance influencer” a la vez?

¿Qué os gustaría ver la próxima semana?

  1. La aparición de un asesor legal inesperado
  2. Un sabotaje en el Blythe Café que sube la tensión
  3. Un encuentro romántico entre Dani y la Barbie influencer

(¡No te pierdas la siguiente entrega cargada de obstáculos, compañerismo y decisiones estratégicas para salvar el Café!)

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